lunes, 5 de agosto de 2013

La muestra del Paseo Bolívar

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TWG - worldgames2013. - Reuniendo todas las regiones colombianas, se efectuó: “La naturaleza de la cultura” en aquel pasadizo que conduce directo a la estatua brillante de Simón Bolívar frente a la alcaldía de Santiago de Cali. Aquello fue un estallido de sorpresas y de vítores, que hoy todavía retumba en mis oídos.

Estaban los negros del Chocó con sus alabaos y cantos. Y un ataúd en medio de la nada, como si fuera un sortilegio del diablo. La efigie de San Pacho en una canoa antigua que pasará como un rayo por el río Baudó o por el Atrato. Música aguardientera de la zona... cafetera, tocada por un bigotudo que empuñaba una bandola y seguido por el requinto de su compañero que adobaba la noche. Una mujer de manos ligeras, más rápida que una liebre, tejiendo con fique los sombreros aguadeños del occidente caldense y un jeep blanco repleto de sacos de café que simulaba las historias del “Yipao” de Calarcá, Caicedonia o Sevilla. El joropo de los llanos orientales se enhebró con el arpa que tocaban las uñas desproporcionadas de un “camarita” con el rostro ajado por el sol hambriento del Casanare. Las ruanas grandes tejidas con lana virgen, tal vez de ovejitas feas, que arropan a nuestros campesinos y a los inmejorables ciclistas boyacenses. Las artesanías de Ráquira, con la Virgen de Chinquirá en miniatura o los balones de Monguí, tejidos a mano con aguja y sangre. Todos allí en una conjunción de vientos y verdades.

Más allá, indígenas del Amazonas que se visten de modernidad, mientras sus pechos descolgados recuerdan nuestros ancestros. Sones en “La Retreta” de tango y milonga, con bailarines de espanto y brinco, diría mi amigo, el cubano Pardo Llada. Edison Vanegas engarza del viento a Johana Palacios y ella vuela como una paloma blanca, mientras unas gitanas de las de verdad, casi rumanas, toman fotos con una cámara de novedosa tecnología. Es una escena mítica. Fija por siempre en nuestra memoria y nuestra cámara. Una niña negra de taconcitos altaneros y es capaz de retar al bailarín paisa y sacarle nuevos compases que se parecen más a la gloria de la salsa o el mapalé. Al fondo una luz violeta, coquetea con La Ermita, mientras ángeles vestidos de invisible, aletean por los espacios de la ciudad. Aquello de la “Naturaleza de la cultura” es una cuestión de perfecciones y sirvió para que los extranjeros y los visitantes y los turistas, conocieran de un soplo, todo lo que cabe en un país como Colombia.

Un esloveno en la plaza
Feraric Matjaz es medio viejo. No tanto. Parece un escritor. Era o es de la delegación de Eslovenia. Intentó bailar con una muchacha flaca como un arco, pero rápida como un rayo. Pudo pero no pudo. A penas se movía de un lado a otro, como un péndulo prendido de un reloj de cú -cú. Para él fue todo un éxito estar en la brillante plaza “Jairo Varela” que de día no tiene magia, pero de noche es un estallido de luces y de momentos. El atroz baile, fue filmado en una cámara de video por otro esloveno con unos zapatos anchos y grises, como si fueran una oruga. Dos pódium para simular el éxito de todos los vencedores, un cerveza helada que se regaba por la garganta seca y el baile de un negro alto y fuerte, que a diferencia del esloveno, danzaba como si tuviera el diablo adentro. Sin freno y a todo timbal. De Eslovenia a Buenaventura, la distancia real y cultural es abismal. Sin duda alguna.
Cuando se cerraron los Juegos Mundiales de Cali. Se apagó una luz en nuestro corazón. Es la verdad.

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