lunes, 7 de julio de 2014

Cuando perder es ganar: las enseñanzas de la Selección

Para un país donde el fútbol representa tantas cosas, la participación en el Mundial dejó enseñanzas realmente hondas: el trabajo como base del éxito, jóvenes sanos como ejemplos a seguir, nacionalismo que no es chovinismo, saber perder o ganar sin aspavientos.
Lo que puede hacer un buen “profe”
Pocas veces una derrota ha tenido tanto sabor de triunfo como la de la tarde del pasado 4 de julio, cuando el equipo de fútbol de Colombia perdió contra la Selección de Brasil en los cuartos de final del Mundial. Pese a que no pasamos al grupo de los cuatro mejores del mundo, la sensación  tras el partido fue que se hizo un gran papel y que lo que hay es futuro futbolero por delante.
Pero también, lo demostrado por esta generación de futbolistas permite soñar con que a través de las enseñanzas del fútbol se logren superar algunas de los atávicos vicios culturales que han atormentado al pueblo colombiano.
La mesura y tranquilidad de Pékerman enseñaron que se puede ser exitoso y despertar el fervor de todo un pueblo sin desbordamientos innecesarios. 
Para empezar, y como ya se ha hecho en innumerables contextos, hay que reconocer el papel fundamental del técnico argentino José Néstor Pékerman en este renacimiento del balompié colombiano. Sin duda, la sorpresiva escogencia de un técnico extranjero para dirigir el seleccionado nacional fue un duro golpe contra todos aquellos que hacía años se oponían a algo así en nombre de un nacionalismo recalcitrante e inútil.

Y esa puede ser la primera enseñanza de esta Selección: que nos ha ayudado a abandonar un poco el chovinismo infantil que se ha tragado demasiado en serio el cuento que los enfrentamientos entre equipos de fútbol de países es un enfrentamiento real entre pueblos, y que el triunfo de una camiseta sobre otra representa una especie de “superioridad racial”.  
¿Qué hubiera pasado si el equipo que nos hubiera eliminado del Mundial hubiera sido Argentina? ¿Se hubiera despertado la misma animadversión contra los rioplatenses que inundó a Colombia aquel septiembre de 1993 del 5-0, sabiendo que el gestor de nuestros logros fue, precisamente, un argentino?
Probablemente no. Tal vez se hubiera sentido, por fin, que el fútbol es un enfrentamiento entre profesionales, y que unos lo hacen mejor que otros; pero no se hubiera caído en el patrioterismo indignante que vocifera contra los extranjeros, a los que en Colombia siempre hemos tenido temor, por lo mucho que pueden mostrarnos del ancho mundo que desconocemos.
Pero además de su experiencia y conocimientos tácticos, el técnico argentino le trajo a Colombia una visión sosegada y madura de dirección de un equipo. En un país acostumbrado a los discursos incendiarios que azuzan la pasión y adormecen la razón, de Jorge Eliécer Gaitán a Álvaro Uribe, la mesura y tranquilidad de Pékerman enseñaron que se puede ser exitoso y despertar el fervor de todo un pueblo sin desbordamientos innecesarios.
A pesar de que los ululantes narradores y comentaristas de siempre quisieron llevar al técnico y al equipo al terreno de los gritos irracionales del “te quiero Colombia” y hubieran dado la vida por verlos saltar a la cancha llevando sombreros vueltiaos, Pékerman y sus muchachos supieron mantener la concentración cuando era necesario, y se dejaron entregar a las delicias del baile triunfal en el momento en que era pertinente, no antes. No se sintieron campeones cuando no lo eran, ni se sintieron inferiores cuando lo que demostraron fue una superioridad técnica hecha a base de trabajo.  

El arquero de la selección Colombia Faryd Mondragón. 
Foto: Nick Klein
Nuevos jugadores
También los jugadores de la Selección demostraron que representaban a una Colombia que se está alejando de los tipos de héroes que antes admiraban. Hoy parecen lejanos aquellos años cuando los ídolos de la nación eran los jugadores (sin duda talentosos) que llenaban los titulares de la prensa por sus parrandas con disparos incluidos o por sus visitas a cárceles de narcos.         
Por el contrario, las nuevas estrellas del fútbol colombiano (incluido Radamel Falcao García, a quien no es justo olvidar porque no jugó el Mundial) se presentan a las nuevas generaciones con los mensajes edificantes y el buen comportamiento de niños de iglesia cristiana. Y su ejemplo ha calado entre una juventud que tal vez ya se ha cansado de los modelos de los narcos y los avivatos  que le presenta el prime time de la televisión nacional, como el máximo logro de la “berraquera”.  
Además, y esto no es menos importante, durante el Mundial estos nuevos jugadores mostraron sin complejos la emotividad y extraversión que durante tanto tiempo se le ha enseñado a esconder a los hombres colombianos, desde las desparpajadas coreografías que animaban cada gol hasta las lágrimas de Faryd Mondragón después de coronar su carrera con su actuación en este Mundial.

El jugador de la selección Colombia, James Rodríguez.
​Foto: Calcio Streaming
¿Cómo pasó un país tan rápidamente de admirar y dar la vida por un presidente que arrastraba a su esposa como a un caballo el día de su segunda posesión, a deshacerse en besos y amor por un chiquillo conmovido que dice en cadena nacional que “los hombres también lloran”? Algo debe estar cambiando en la idiosincrasia nacional para que esto pase de un modo tan natural y festivo, y es posible que en el futuro el “macho” colombiano tenga el talento y la sensibilidad de estos nuevos héroes.    
Otra forma de perder y de ganar
Además de lo anterior, esta Selección Colombia le enseñó al país que los triunfos no son productos de un golpe de suerte o de plegarias escuchadas, sino de un trabajo continuo y dedicado de años, de décadas.
Las continuas imágenes que muestran a James Rodríguez jugando en ligas inferiores con un balón demasiado grande para sus pies hasta el llamado del propio presidente de la República a que las directivas deportivas mantengan al director técnico al frente del equipo en el futuro demuestra una sola cosa: la valoración del proceso de formación del deporte nacional por encima de la inspiración momentánea.
La vieja tradición colombiana de pensar que los triunfos de nuestros deportistas se debían a toda la “fuerza” que hacíamos frente al televisor cada vez que nos los encontrábamos en alguna competición internacional, le ha dado paso ahora a la conciencia de que todo triunfo es posible si se asume una actitud de construcción atenta y de largo aliento. Y tal vez ese sea el ejemplo que necesita el país para resolver problemas tan graves como el de la educación y el de la construcción de la paz.
Las nuevas estrellas del fútbol colombiano (incluido Radamel Falcao García, a quien no es justo olvidar porque no jugó el Mundial) se presentan a las nuevas generaciones con los mensajes edificantes y el buen comportamiento de niños de iglesia cristiana. 
Además, este equipo ha enseñado a perder, dejando la piel, pero sabiendo que toda derrota es temporal y que siempre hay futuro para volver a trabajar y a intentarlo de nuevo, y que perder no es una demostración más de un sino histórico al que nos hemos acostumbrado y al que solemos reaccionar más con la rabia y frustración que nos ha matado por siglos que con el ánimo constructivo que necesitamos como nación.     
Si toda la euforia que ha despertado la derrota-triunfo de la Selección Colombia en el Mundial de Brasil se diluye en una borrachera más y en unos cuantos alaridos indignados sobre cómo “el árbitro nos robó el Mundial” podemos perder la ocasión de sacar de una gesta deportiva las enseñanzas humanas y políticas que este momento nos puede ofrecer. Pero si logramos utilizar lo que más queremos, el fútbol, como una puerta hacia la reconstrucción nacional, entonces no habrá derrota que no nos sirva.
Cuando, hace veinte años, el técnico Francisco Maturana aseguraba que “perder es ganar un poco”, nos lo tomamos como un chiste más en el repertorio nacional. Tal vez, hoy, empecemos a entender la profunda sabiduría de esa frase.
* Historiador.   
@HistoricaMente

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